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Mi vida con Dios

Mi vida con Dios tuvo aristas. Muchas veces creí sentir que Dios me hablaba, al momento venían a mi mente todo tipo de dudas y respuestas que se contraponían a mis ideas. Es así como mi fe sufría difíciles embates del enemigo que, obviamente yo no sabía discernir. Era ahí cuando mi pizarrón lleno de ideas (mi cabeza), ante tal contradicción, prefería borrarlo para no embobarme más en algo tan sin sentido.
Recuerdo haber sentido el “llamado” de Dios y haber obedecido algunas veces, pero otras haberlas rechazado por “no creer” que Dios podría ser quien estaba hablándome.


A lo largo de mi vida, recibí todo tipo de señales, pero cuando nos hacemos “inteligentes” cuestionamos todo desde nuestro punto de vista. En otras palabras mermamos la capacidad de Dios de actuar en nosotros. Cuando esto ocurre significa que hemos creado nuestro propio Dios, a nuestra medida y tamaño, como si el tuviera que amoldarse a lo que nosotros pensamos y sentimos, y como nosotros sí tenemos tope, le anexamos el tope a Dios y ahí nos quedamos sin crecer. Desde esta perspectiva “Nuestro Dios” muchas veces, no será capaz de resolver nuestras dificultades, ni responder nuestras súplicas porque nos hemos convertido en nuestro propio Dios. En estas circunstancias “nuestro Dios” –es decir, nosotros: humanos, egoístas, soberbios) seremos incapaces de lograr nada de lo que nos propongamos.
En este preciso momento nuestra fe se verá seriamente cuestionada por nuestro cerebro y tendremos dudas sobre su existencia: ¿quizás tienen razón los científicos cuando dicen que el hombre crea un Dios en su mente para no sentirse solo? Y otras barbaridades como esa. Cuando vives sin Dios, creas a tu alrededor toda suerte de manías, supersticiosas y cábalas para que las cosas nos resulten y aunque no pasa nada, aún así porfiadamente continuamos aferrándonos a ellas.

Vendrán a nuestra vida golpes fuertes, dificultades contratiempos, trataremos de escapar de una y mil formas y llegaremos incluso a la idea de que Dios no existe, porque sentimos que no nos responde. Desarmados, en crisis, sin fuerzas, ni fe, llegaremos tarde o temprano a la instancia de reconocer que sin él nada podemos hacer. En ese momento comenzará Dios un tratamiento intensivo, “Dios trata individualmente con cada uno”. para curar nuestras enfermedades y es ahí donde intervendrá para depurar nuestro corazón sucio, rebelde y soberbio. Aplicará sobre nosotros ungüentos sanadores, traerá a nuestra vida prueba y palabra y comenzará el proceso de restauración, procesará nuestra vida, nuestras ideas, nuestro corazón.

Es un proceso que durará, todo lo que nosotros demoremos en soltar nuestras amarras, nuestros miedos, nuestras ideas, nuestros ídolos, es decir todos los espíritus engañadores que le “compramos” al enemigo y todas las ropas viejas Cuando Dios decide tomar nuestra vida, no podemos hacer nada para evitarlo.
Nuestro arrepentimiento verdadero, desde adentro, reconocer nuestros errores trae a nuestra vida la oportunidad de “comenzar de nuevo”, pero ahora con él.

Aquí parte nuestra nueva vida. Y uno siente y percibe este cambio en todo lo que hace pues ya no hay nada primero que Él. El es todo.
Gálatas 2:20 “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, más Cristo vive en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”.

Cuando llegamos a este punto de reconocer a Dios en nosotros, todas las dificultades que puedan aparecer se vuelven pequeñas frente a lo que Dios puede hacer. Desde este momento tenemos todas las de ganar, pues no estamos solos. En realidad nunca lo estuvimos, pero no queríamos verlo.

Ej. Personal: Planeo todo desde mi punto de vista analizando pro y contra pero todo ha sido planificado a mi manera, desde mi tope, he puesto todo mi bagaje de conocimientos en ello. Me canso, me angustio, me estreso
Cuando yo creo en él, todo se da naturalmente, incluso surgen instancias, ideas, ni siquiera pensadas.

En pleno proceso
A lo largo de nuestro “crecer en Dios” nos vamos a encontrar con buenos y malos elementos. Gente que nos ayudará y otra que tratará de hundirnos. Personas que jugarán a favor nuestro y otras, en contra. Pero cuando Dios está con nosotros, la diferencia es notoria. A través de la oración, sabré enfrentar cualquier situación por muy dura que sea, los dardos del enemigo no harán el daño esperado. Edificar nuestra vida a través de la alabanza, la oración y recibir la Palabra en nuestra congregación crearán alrededor nuestro un muro frente al enemigo, las puertas antes cerradas, se abrirán de par en par. Ya no escaparé del mundo para contaminarme sino que habrá armas en mis manos para defenderme (Efesios 10:18) y para sacar del mundo a otros que confundidos como nosotros sufrieron los ataques del maligno.

Cuando yo creo que Dios obra en mi vida, ésta se transforma en su totalidad. El gozo de Dios se proyecta en mí desde dentro hacia afuera y esto es visible a los ojos de los demás.
Reconoceremos en nosotros su amor maravilloso y sentiremos como él actúa en todos los planos de nuestra vida. Nos volvemos sensibles a su voz. El habla a nuestro corazón y podemos oírlo. Estamos en la gracia de Dios.

El mundo
El mundo está formado por todo aquello que nos rodea: personas, lugares, situaciones, etc. El mundo es gobernado por el diablo, por lo tanto está lleno de productos seductores para satisfacer la demanda de las personas.
Siempre es más fácil – en apariencia- vivir en el mundo que con Dios, pues el mundo nos ofrece de todo y sin límites. Sin embargo es ahí donde radica la trampa del enemigo. Una persona débil e ingenua consumirá sin objetar todo lo que el maligno ofrece, pues ignora el precio que deberá cancelar al final,
Es ahí donde los cristianos debemos intervenir en el mundo, contarle a los otros, predicarles la manera distinta que tiene Dios para cada uno de sus hijos, de vivir en santidad para alcanzar la salvación.

Sabemos que debemos prepararnos para enfrentar el mundo y podemos seguir el ejemplo de Daniel y sus amigos, quienes decidieron no contaminarse y no aceptaron ni comer ni beber de lo que el rey les ofreció. Ellos pusieron toda su confianza en Dios y al final del tiempo estimado por el rey, ellos estaban diez mejores que todos los otros miembros de su corte.

Cuando conocemos a Dios él renueva cada día sus bendiciones para nosotros. El evalúa nuestro corazón y de acuerdo a eso él va aprobando “etapas” en nosotros, es decir nos va dando día a día gracia, más armas, más palabra, más poder. Porque somos fuente de poder en las manos de Dios.
Pude comprobar en muchas situaciones la diferencia entre hacer las cosas con Dios y sin él. El resultado es notorio, con Dios todo resulta para bien; sin Dios hay trabas, aparecen obstáculos, retrasos.
Como nuevas criaturas, Dios nos va transformando a medida que le vamos entregando todos los espacios de nuestro corazón. Con el tiempo, entenderemos, a cabalidad, que todo lo que él ha permitido era lo mejor para nosotros.
Santiago 4:4 ¿Oh almas adúlteras no sabéis que la amistad del mundo es enemistad con Dios? Cualquiera, pues que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios. Dios quiere evitarnos sufrimientos, pues el mundo no busca, precisamente bendecirnos.

El mundo nos cerca con su entorno de consumismo, modas, tendencias e ideas anti-Dios. Muchas veces esto nos emboba y queremos tener cosas que el mundo tiene, pero Dios sabe qué nos conviene y qué no.
Santiago.4:3 “Pedís y no recibís porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites”. Al dejarnos llevar por el mundo, entran en nuestro corazón cosas que son materiales y que no son indispensables. Dios sabe eso, por eso no nos concede todo porque él conoce nuestro corazón y el Padre a quien ama, corrige. Dios no es un Padre malcriador.

Escrito por: sumirada-anakai.blogspot.com

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