“Tú, pues, hijo mío, esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús”, 2ª Tim. 2:1
1- Estar dispuestos a caminar la segunda milla: Filemón 1:21 dice, “Te he escrito confiando en tu obediencia sabiendo que harás aun más de lo que te digo”; y Mat. 5:41 dice, “… y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos”. Dios necesita gente decidida, dispuesta y diligente; muchos no alcanzan sus sueños, ni siquiera los persiguen, porque hacerlo les demanda trabajo adicional.
2- Sobreponerte a tus heridas: 2ª Cor. 12:9 y 10 dice, “Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte”. Muchas veces no perseguimos nuestros sueños porque nos pasamos el tiempo llorando y “lamiendo nuestras heridas”.
3- Vivir por fe: Heb. 11:1 dice, “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”; y Habacuc 2:4 dice, “… mas el justo por su fe vivirá”. Debemos creerle a Dios y a lo que Él ha dicho de nosotros… aunque veamos todo lo contrario, o nuestros sentimientos nos “digan” que no es posible.
4- Perseverar: Fil. 3:14 dice, “Prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”. No basta con tener un sueño, es necesario perseverar en él hasta alcanzarlo. Santiago 1:8 dice, “El hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos”. Si tenemos un sueño, creamos que Dios nos ha capacitado para lograrlo y perseveremos en él hasta el fin, no dudando ni cambiando de opinión según se muevan las circunstancias.
Es bueno tener un sueño y luchar por alcanzarlo; pero, no importa tanto dónde estamos parados actualmente, sino en qué dirección vamos. Debemos aceptar los desafíos que se nos presenten si queremos ser más que vencedores. Recuerda: nuestro sueño está al final del camino; no te rindas ni te desanimes. Jesús ha prometido estar con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo.
Además, Él no nos dejó solos; envió al Consolador, al Espíritu Santo, nuestro Ayudador. Él nos capacita, nos reviste de fuerza y poder, unge nuestra vidas diariamente con aceite fresco y nos da las fuerzas del búfalo.
Recordemos que toda dádiva y todo don perfecto provienen de Dios, nuestro Padre amoroso, quien ha diseñado un plan perfecto para nuestras vidas. Nuestro deleite y nuestro gozo vienen al dejar que sea Él quién lleve el control de nuestra vida.
Después, ¡nuestro sueño se hará realidad!