“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”, Gál. 2:20
1) Considérate como muerto al pecado y vivo para Cristo (Rom. 6:6 – 11); por el sacrificio de Cristo estamos tan muertos para el pecado como un cadáver lo está para el mundo. No puede responder a ninguno de los placeres. De la misma manera, debemos considerarnos muertos a los deseos y a la seducción del pecado. El pecado ya no puede mandar en nosotros. Cada día debemos someternos al poder del Espíritu Santo y decidir vivir de acuerdo con nuestra nueva naturaleza (Gál. 5:16 y 17). Cada vez que escogemos seguir los viejos hábitos de pecado, estamos diciendo “no” a la vida que Cristo nos ha dado
2) Ofrece a Dios tu cuerpo como un instrumento de justicia (Rom. 6:12 – 15); nuestro cuerpo puede ser usado para grandes bienes o para terribles males. Como ejemplo tenemos a Hitler y a la Madre Teresa de Calcuta. En lugar de vivir para nuestros fines egoístas debemos dedicar todo lo que tenemos y lo que somos a nuestro Dios. el privilegio de conocer, amar y servir a nuestro Señor es tan maravilloso, que sacrificar esto por cualquier placer es absurdo
3) Rinde continuamente tu voluntad a Dios (Rom. 6:12 – 15). Pablo anima a los creyentes a hacer la voluntad de Dios en Ef. 6:6; cuando decidimos hacer las cosas a nuestra manera en vez de a la manera de Dios nos estamos moviendo por un espíritu de rebelión. Debemos crucificar nuestra voluntad rindiendo nuestros deseos carnales y nuestro orgullo obstinado ante el Señor
4) Mantente en constante dependencia de Cristo a través de todo el día, todos los días (Rom. 8:9 – 14); debemos ofrecer a Dios nuestro cuerpo, nuestras posesiones y nuestra voluntad diariamente. Él es la fuente de nuestra nutrición espiritual (Juan 15:5). ¿Cómo podemos permanecer en Cristo para poder recibir su constante provisión de alimento espiritual?:
a) Alimentándonos con la Palabra de Dios
b) Orando
c) Siendo sensibles a la dirección del Espíritu Santo
d) Confesando nuestros pecados
e) Manteniéndonos vitalmente conectados con el cuerpo de Cristo
Como seguidores de Jesucristo, cada uno de nosotros es un hijo de Dios, un heredero de Él, un santo, un miembro del cuerpo de Cristo y un ciudadano del reino de Dios.
Continuará…