“Entonces vinieron a él unos trayendo un paralítico, que era cargado por cuatro. Y como no podían acercarse a él a causa de la multitud, descubrieron el techo de donde estaba, y haciendo una abertura, bajaron el lecho en que yacía el paralítico”, Marcos 2:3 y 4
Imaginemos cómo se pueden haber sentido los cuatro amigos del paralítico. Quizás, ante la noticia de la llegada de Jesús al pueblo se habían entusiasmado entre ellos hablando de lo bueno que sería que su amigo pudiera tener un encuentro con esta persona que obraba increíbles milagros. Las probabilidades de que el Maestro pasara cerca de donde estaba él eran remotas. Además, siempre iba acompañado de una muchedumbre. Entonces, uno de ellos sugirió que lo podrían llevar, entre los cuatro, hasta donde estaba Jesús. La acción de estos cuatro amigos revela, para nosotros, una convicción digna de imitación. ¿Se imagina la desilusión que sintieron al ver el mar de personas que rodeaba la casa donde se encontraba el Señor? Quizás esperaban que él estuviera al aire libre, para facilitar un poco las cosas, pero ¡estaba dentro de la casa!
Siempre que emprendamos un nuevo proyecto, nos encontraremos con obstáculos. Esto es algo muy común en la vida y, a decir verdad, comenzaríamos a sospechar si todo se nos presentara demasiado fácil. Lo importante no es tener el camino sin obstáculos, sino demostrar habilidad y destreza a la hora de sortear las dificultades.
«Y como no podían acercarse a él a causa de la multitud, descubrieron el techo de donde estaba, y haciendo una abertura, bajaron el lecho en que yacía el paralítico»
Estos cuatro estaban creían firmemente que Jesús tenía lo que el paralítico necesitaba. Su corazón tenía la certeza de que, finalmente, habían encontrado la solución para la dificultad de su amigo. Esta convicción es fundamental al acercamos a Cristo. Muchos dicen: «lo único que me queda es orar». Pero no lo dicen con esa confianza a prueba de fuego. Lo dicen con la resignación de quienes antes probaron muchas otras alternativas. Incluso, no están convencidos de que ésa es la solución, pero no se les ocurre otra alternativa. Santiago dice: «pidan con fe, no dudando nada, porque los que dudan son semejantes a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra» (Stg. 1:6).
En cuántas ocasiones, durante el tiempo que compartió con los discípulos, Jesús les habló de lo importante que es la perseverancia. Una de las marcas del discípulo maduro es que está dispuesto a perseverar hasta obtener una respuesta; no se da por vencido aún cuando lo que busca aparentemente sea inaccesible.
Imaginemos cómo se pueden haber sentido los cuatro amigos del paralítico. Quizás, ante la noticia de la llegada de Jesús al pueblo se habían entusiasmado entre ellos hablando de lo bueno que sería que su amigo pudiera tener un encuentro con esta persona que obraba increíbles milagros. Las probabilidades de que el Maestro pasara cerca de donde estaba él eran remotas. Además, siempre iba acompañado de una muchedumbre. Entonces, uno de ellos sugirió que lo podrían llevar, entre los cuatro, hasta donde estaba Jesús. La acción de estos cuatro amigos revela, para nosotros, una convicción digna de imitación. ¿Se imagina la desilusión que sintieron al ver el mar de personas que rodeaba la casa donde se encontraba el Señor? Quizás esperaban que él estuviera al aire libre, para facilitar un poco las cosas, pero ¡estaba dentro de la casa!
Siempre que emprendamos un nuevo proyecto, nos encontraremos con obstáculos. Esto es algo muy común en la vida y, a decir verdad, comenzaríamos a sospechar si todo se nos presentara demasiado fácil. Lo importante no es tener el camino sin obstáculos, sino demostrar habilidad y destreza a la hora de sortear las dificultades.
«Y como no podían acercarse a él a causa de la multitud, descubrieron el techo de donde estaba, y haciendo una abertura, bajaron el lecho en que yacía el paralítico»
Estos cuatro estaban creían firmemente que Jesús tenía lo que el paralítico necesitaba. Su corazón tenía la certeza de que, finalmente, habían encontrado la solución para la dificultad de su amigo. Esta convicción es fundamental al acercamos a Cristo. Muchos dicen: «lo único que me queda es orar». Pero no lo dicen con esa confianza a prueba de fuego. Lo dicen con la resignación de quienes antes probaron muchas otras alternativas. Incluso, no están convencidos de que ésa es la solución, pero no se les ocurre otra alternativa. Santiago dice: «pidan con fe, no dudando nada, porque los que dudan son semejantes a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra» (Stg. 1:6).
En cuántas ocasiones, durante el tiempo que compartió con los discípulos, Jesús les habló de lo importante que es la perseverancia. Una de las marcas del discípulo maduro es que está dispuesto a perseverar hasta obtener una respuesta; no se da por vencido aún cuando lo que busca aparentemente sea inaccesible.