“Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió”, Heb. 10:23
Existen dos palabras con las cuales debemos trabajar siempre: CONSTANCIA Y PERMANENCIA. La constancia es = perseverancia, habla de frecuencia y ritmo; por ejemplo, todos los días. La permanencia es = persistir, durar; habla de tiempo, no tiene fin; ejemplo, para siempre.
Podemos ser constantes pero no tener permanencia. Por ejemplo, “siguió una dieta fielmente día a día, durante 6 meses, pero finalmente la abandonó”. Podemos persistir o permanecer, pero sin constancia. Ejemplo, “permaneció congregándose hasta su muerte, aunque nunca fue constante”.
En muchas ocasiones comenzamos algo y no lo terminamos (una dieta, un libro), sin ninguna buena razón. En otras, deseamos continuar pero circunstancias externas nos agobian de tal forma que terminamos retirándonos.
Otras más, las pocas, somos constantes en algo, deseamos persistir o permanecer, hay resistencia y oposición en el camino, seguimos, pero muy desgastados o menguados. ¿Por qué dejamos de ser constantes o de persistir?
a) Simplemente dejamos de insistir
b) Hay luchas, oposición, pruebas, tribulaciones
Ilustración: cuando un boxeador se enfrenta a otro en el ring debe PERMANECER con la guardia levantada (para su protección, para ataque); si baja la guardia se hace vulnerable.
Hoy vamos a hablar de la importancia de NO BAJAR LA GUARDIA. Veremos 4 casos bíblicos en los que la constancia y/o permanencia o su falta de ellas fueron decisivas para ganar o perder una batalla.
PRIMER CASO: Abraham (Génesis 18:23 a 33)
Jehová visitó la tienda de Abraham en el encinar de Mambre antes de dirigirse a Sodoma para destruirla. El Señor le descubre el motivo de su viaje y Abraham empieza a interceder por las ciudades de Sodoma y Gomorra. Inicia su petición mencionando que quizás hubieran 50 justos dentro de la ciudad, pero poco a poco va bajando la cantidad hasta llegar hasta 10 justos y…dejó de interceder.
Si Abraham hubiese insistido o permanecido en su intento, hubiera llegado a salvar la ciudad de Sodoma. Abraham estaba intercediendo por Sodoma, iba bien, pero no permaneció como intercesor. Finalmente, Jehová destruyó la ciudad. Cuantas veces estamos orando, intercediendo por algo o alguien, pero no somos constantes o no permanecemos en nuestra intercesión. Debemos ser constantes, pero también debemos permanecer (Gál. 6:9; Rom. 12:12).
Continuará…
Podemos ser constantes pero no tener permanencia. Por ejemplo, “siguió una dieta fielmente día a día, durante 6 meses, pero finalmente la abandonó”. Podemos persistir o permanecer, pero sin constancia. Ejemplo, “permaneció congregándose hasta su muerte, aunque nunca fue constante”.
En muchas ocasiones comenzamos algo y no lo terminamos (una dieta, un libro), sin ninguna buena razón. En otras, deseamos continuar pero circunstancias externas nos agobian de tal forma que terminamos retirándonos.
Otras más, las pocas, somos constantes en algo, deseamos persistir o permanecer, hay resistencia y oposición en el camino, seguimos, pero muy desgastados o menguados. ¿Por qué dejamos de ser constantes o de persistir?
a) Simplemente dejamos de insistir
b) Hay luchas, oposición, pruebas, tribulaciones
Ilustración: cuando un boxeador se enfrenta a otro en el ring debe PERMANECER con la guardia levantada (para su protección, para ataque); si baja la guardia se hace vulnerable.
Hoy vamos a hablar de la importancia de NO BAJAR LA GUARDIA. Veremos 4 casos bíblicos en los que la constancia y/o permanencia o su falta de ellas fueron decisivas para ganar o perder una batalla.
PRIMER CASO: Abraham (Génesis 18:23 a 33)
Jehová visitó la tienda de Abraham en el encinar de Mambre antes de dirigirse a Sodoma para destruirla. El Señor le descubre el motivo de su viaje y Abraham empieza a interceder por las ciudades de Sodoma y Gomorra. Inicia su petición mencionando que quizás hubieran 50 justos dentro de la ciudad, pero poco a poco va bajando la cantidad hasta llegar hasta 10 justos y…dejó de interceder.
Si Abraham hubiese insistido o permanecido en su intento, hubiera llegado a salvar la ciudad de Sodoma. Abraham estaba intercediendo por Sodoma, iba bien, pero no permaneció como intercesor. Finalmente, Jehová destruyó la ciudad. Cuantas veces estamos orando, intercediendo por algo o alguien, pero no somos constantes o no permanecemos en nuestra intercesión. Debemos ser constantes, pero también debemos permanecer (Gál. 6:9; Rom. 12:12).
Continuará…