“Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen”, Juan 10:27
Oír la voz de Dios en tiempos de crisis no es fácil. Generalmente las tormentas de la vida ahogan la voz de Dios; las preocupaciones, el dolor y otras emociones nos impiden escucharla. Primero debemos saber qué es una voz: es un sonido producido por el órgano vocal situado en una vértebra. Frecuentemente reconocemos a una persona por su voz. Por ejemplo, la voz de un niño, un hombre y una mujer sin verlos, etc.
Jesús dijo: “mis ovejas oyen mi voz…”, es decir, la reconocen. De la misma forma en que reconocemos la voz de alguien que nos es familiar (un amigo, familia) debemos reconocer la voz del Señor… si es que le conocemos y mantenemos una relación íntima con Él.
Elías no fue a buscar la voz de Dios cuando se escondió en la cueva del monte Horeb (1ª Rey. 19); generalmente, cuando tenemos problemas o estamos en aprietos, queremos soluciones rápidas y no estamos dispuestos a tomarnos el tiempo para oír lo que Dios quiere decirnos en ese preciso momento.
¿Cómo suena la voz de Dios? No es audible, sino que es algo que se percibe. La voz de Dios abre nuestro espíritu para comprender destino y futuro. Dios no es humano, pero sí usa la laringe humana para hablarnos… incluso hasta la de un animal (Núm. 22:28).
Necesitamos ejercitar nuestro oído espiritual para aprender a oír la voz de Dios; al mismo tiempo, debemos apartar un tiempo específico para estar delante de la presencia de Dios no solamente hablando con Él, sino también escuchándolo.
En tiempos de crisis es cuando más debemos hacerlo antes de correr despavoridos de un lado a otro buscando la solución a nuestros problemas, quebrantos o pruebas. Al hacer esto, corremos el riesgo de no hacer lo correcto, ya que nuestros sentimientos y nuestra forma de pensar se oponen frecuentemente a la manera de Dios de hacer las cosas.
Por tanto, estemos quietos, practiquemos el oír su voz, pasemos el suficiente tiempo con Dios como para que Él nos muestre y nos revele día a día Su perfecta voluntad para nuestra vida. De lo contrario, seremos como el hombre inconstante que describe Santiago (1:8).
Oír la voz de Dios en tiempos de crisis no es fácil. Generalmente las tormentas de la vida ahogan la voz de Dios; las preocupaciones, el dolor y otras emociones nos impiden escucharla. Primero debemos saber qué es una voz: es un sonido producido por el órgano vocal situado en una vértebra. Frecuentemente reconocemos a una persona por su voz. Por ejemplo, la voz de un niño, un hombre y una mujer sin verlos, etc.
Jesús dijo: “mis ovejas oyen mi voz…”, es decir, la reconocen. De la misma forma en que reconocemos la voz de alguien que nos es familiar (un amigo, familia) debemos reconocer la voz del Señor… si es que le conocemos y mantenemos una relación íntima con Él.
Elías no fue a buscar la voz de Dios cuando se escondió en la cueva del monte Horeb (1ª Rey. 19); generalmente, cuando tenemos problemas o estamos en aprietos, queremos soluciones rápidas y no estamos dispuestos a tomarnos el tiempo para oír lo que Dios quiere decirnos en ese preciso momento.
¿Cómo suena la voz de Dios? No es audible, sino que es algo que se percibe. La voz de Dios abre nuestro espíritu para comprender destino y futuro. Dios no es humano, pero sí usa la laringe humana para hablarnos… incluso hasta la de un animal (Núm. 22:28).
Necesitamos ejercitar nuestro oído espiritual para aprender a oír la voz de Dios; al mismo tiempo, debemos apartar un tiempo específico para estar delante de la presencia de Dios no solamente hablando con Él, sino también escuchándolo.
En tiempos de crisis es cuando más debemos hacerlo antes de correr despavoridos de un lado a otro buscando la solución a nuestros problemas, quebrantos o pruebas. Al hacer esto, corremos el riesgo de no hacer lo correcto, ya que nuestros sentimientos y nuestra forma de pensar se oponen frecuentemente a la manera de Dios de hacer las cosas.
Por tanto, estemos quietos, practiquemos el oír su voz, pasemos el suficiente tiempo con Dios como para que Él nos muestre y nos revele día a día Su perfecta voluntad para nuestra vida. De lo contrario, seremos como el hombre inconstante que describe Santiago (1:8).