“Cuando Jesús lo vio acostado, y supo que llevaba ya mucho tiempo así, le dijo: ¿Quieres ser sano?”, Juan 5:6
El estanque de Betesda (v. 2) fue convertido por los judíos en una especie de santuario de milagros. Éste era aparentemente alimentado por una corriente subterránea y en ciertas temporadas, el agua se agitaba. Este movimiento del agua se le atribuía a un ángel invisible que desataba un poder sanador dentro del estanque, y la primera persona enferma que entraba era sanada. Igual que el “Santuario de Lourdes” en Francia. Betesda estaba rodeado por cinco pórticos (v. 3) que habían sido construidos para albergar a las multitudes.
En este pasaje (v. 4) Juan solamente está transcribiendo una tradición de los judíos cuando escribe lo del ángel. Posiblemente lo escribió para poner de manifiesto su debilidad y limitación en comparación con el total y absoluto poder sanador de Jesucristo.
En su evangelio, Juan nos revela a Jesús como el “Hijo de Dios”; y las palabras que más usa son “fe” y “vida eterna”. Las escenas del estanque eran de egoísmo y dolor, contrario y diferente a lo que Dios es. Egoísmo, porque sólo los más fuertes podían a empujones llegar al estanque; los ricos o importantes podían hacer que los pobres les dejaran su lugar; los que tenían amigos o familiares saludables y fuertes podían meterlos primero. Sólo los ágiles o sagaces podían llegar primero al agua.
Visualicemos la escena: alguien gritaba “el agua se está moviendo”, ¡qué locura se producía en el agua! Las esperanzas de los débiles y necesitados se rompían porque alguno más listo llegó primero. Un pobre inválido (v. 5) oyó ese grito durante 38 años; él no tenía oportunidad, porque mientras se arrastraba, todo terminaba rápido, otro había entrado al agua. Quizás muchos fueron sanados, pero eso no es lo que importa aquí.
Cada sanidad sólo traía más angustia y desesperación en los necesitados. Los sacerdotes hacían mercadería. Jesús debió estar ATERRADO. Él acababa de venir del Pozo de Sicar, donde le había revelado a la mujer samaritana que Él era EL AGUA DE VIDA. Esa agua de vida no estaba en un estanque, sino dentro del corazón, por medio de la fe.
Los judíos que yacían junto al estanque tenían a Moisés, a los profetas y los Salmos de David. Dios le había dicho a través de Moisés en Éxodo 15:26 que Él era su sanador; por medio del salmista David les dijo que Él era quien sanaba todas sus enfermedades (Sal. 103:3); por medio del profeta Jeremías les dijo: “Sáname, oh Jehová, y seré sano…”, (17:14).
Continuará…