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“El noble de Capernaum”

“Jesús le dijo: Ve, tu hijo vive. Y el hombre creyó la palabra que Jesús le dijo, y se fue”, Juan 4:50


 

Los evangelios de Marcos, Mateo y Lucas registran el dicho de Jesús acerca de que ningún profeta tiene honra en su propia tierra. Este dicho está relacionado con un antiguo proverbio que decía que “la familiaridad hace perder el respeto”. Los samaritanos creyeron en Jesús, NO por las palabras de otro, sino porque ellos mismos lo habían escuchado y jamás habían oído nada parecido. Los galileos creyeron en Jesús, NO por los relatos de otras personas, sino porque le habían visto hacer cosas en Jerusalén que jamás nadie hubiera podido hacer.

Los samaritanos habían escuchado hablar a Jesús; los de Galilea habían visto actuar a Jesús. Aquí tenemos una de las grandes verdades de la vida cristiana: para poder atraer hombres a Cristo necesitamos primero una experiencia con Él para poder mostrar en nuestra propia vida lo que Él ha hecho en nosotros. Los demás se convencerán de que vale la pena probar, cuando hayan visto que en nosotros la prueba ha dado por resultado una experiencia deseable.

Dos días después de su visita a Samaria, Jesús se encontró con el noble de Capernaum en Galilea. En griego, a este hombre se le llama basilikos, palabra para significar que era un rey menor o un oficial real que ocupaba un lugar prominente en la corte de Herodes. Este hombre viajó más de treinta kilómetros para pedir la ayuda de un carpintero, haciendo a un lado todo su ORGULLO porque tenía una necesidad, y ni su posición ni la costumbre de la época pudieron detenerlo para buscar ayuda.

Este hombre presentó ante Jesús su necesidad y en respuesta Jesús menciona algo que quizás nadie esperaba oír acerca de que la gente no creería si Él no le mostraba señales y maravillas. Jesús tenía una forma extraña para asegurarse de que una persona hablaba en serio y creía en verdad en Él.

Si el hombre hubiera dado media vuelta enojado; si hubiera sido demasiado orgulloso como para aceptar una corrección o si hubiera abandonado la empresa desesperado, en ese mismo momento Jesús hubiera sabido que su fe NO era auténtica. La corta respuesta de Jesús (“Ve, tu hijo vive”) debió haber puesto al hombre en un dilema: confiaba en la palabra de Jesús o se negaba a aceptarla, exponiéndose a perder cualquier beneficio, milagro o ayuda. El noble debía demostrar su fe, si era que la tenía, ¿Debería regresar a Capernaum, o debería seguir suplicándole a Jesús? Decidió confiar en la palabra de Jesús y se regresó a su casa.

La única forma para experimentar las promesas de Jesucristo es confiando en Él y Su Palabra; no es necesario luchar para vencer, sino sólo creer que lo que el Señor Jesús dice es la VERDAD. Esto es FE. Una fe que no está limitada a una ocasión ni a un tipo de trabajo, sino que es una confianza absoluta en Cristo como la persona a quien se le pueden confiar los problemas o las necesidades más profundos.

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