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Un trocito de amor


Y descubrió que no sabía lo que era el amor pero lo sentía como afinidad, quizás de la Verdad.

Intuía que éste no se puede medir ni tan siquiera con la mirada que todos ven; porque sentía ésta, muy adentro, tan profusa a veces, que parecía llenarlo todo del amor que sentía distinguir, como lo hace la cresta de la ola de las demás cuando bajan.

Sientes que pereces de júbilo, pero se atisba un renacimiento cuyo camino es umbral, que convierte los latidos en pasos sinuosos que emulan el placer del sentimiento, y te acercan más y más al interior que pocas veces atiendes, y agradeces la presencia de la magia encendida, sonriendo al contemplar que hoy no está escondida, y por unos minutos que no son del tiempo conocido, abarcas lo más parecido a un firmamento, y piensas que soñar es tan solo sendero ficticio, cuando al resoplar, la dulce sensación sigue entera, pues la pieza enferma se ha movido, haciendo del amor, hermano del insigne momento, sospechando la existencia de quien decide algo sublime, que no por ello siempre certero, pero hermoso más allá de lo fervoroso...

Se llama Reme, se llama Ana... no se llama nada, pero tiene nombre, y a veces aparece sonriendo, cual imaginación que no desea salvo la verdad de cada instante, y en ese espacio distante, reverberará su nombre; miras adentro y envuelve la paz, y aunque ella no venga o vuelva, ahora está su secreto conmigo, como sensación peregrina que descansa, cierra los ojos y embelesa el alma nunca dormida...


Emig

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