“Pagad a todos lo que debéis: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; al que honra, honra. No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros; porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley”. Romanos 13:7,8
Tarjetas de crédito, tarjetas de débito, préstamos de amigos o familiares, entidades financieras, empeños, pagos en cuotas, usureros...
Variados son los medios por los cuales las personas procuran vivir por encima de sus entradas. Los abundantes créditos y promociones nos impulsan a vivir para el hoy gastando el dinero de mañana.
El apóstol nos recomienda no deber nada a nadie; pero al mismo tiempo, avanza sobre otros aspectos que van por encima de lo económico. No tenemos que ser deudores del respeto, el honor y el amor debidos a nuestro prójimo, a la sociedad o al estado.
Bien es cierto que a veces nos enfrentamos a situaciones injustas. Intereses demasiado altos, impuestos extorsivos, demandas abusivas y otras situaciones más que el lector quiera agregar.
En los tiempos de Cristo, los romanos dominaban el mundo y cobraban elevados tributos a los pueblos sometidos. A esto se sumaba la codicia de los publicanos que los extorsionaban, y de los sacerdotes que lucraban sin remordimientos con lo sagrado.
En ese contexto, sucedió el siguiente incidente: “Cuando llegaron a Capernaum, vinieron a Pedro los que cobraban las dos dracmas, y le dijeron: ¿Vuestro Maestro no paga las dos dracmas? El dijo: Sí. Y al entrar él en casa, Jesús le habló primero, diciendo: ¿Qué te parece, Simón? Los reyes de la tierra, ¿de quiénes cobran los tributos o los impuestos? ¿De sus hijos, o de los extraños? Pedro le respondió: De los extraños. Jesús le dijo: Luego los hijos están exentos. Sin embargo, para no ofenderles, ve al mar, y echa el anzuelo, y el primer pez que saques, tómalo, y al abrirle la boca, hallarás un estatero; tómalo, y dáselo por mí y por ti”. Mateo 17:24-27
En un impecable razonamiento, el Señor le demostró a Pedro que su Maestro no debería estar obligado a pagar el impuesto del templo.
En realidad, toda la maniobra estaba destinada a lograr que Jesús se reconociera a sí mismo como alguien del común del pueblo, y no como el tan esperado Mesías. Pero él no cayó en la trampa.
Cristo menciona aquí dos clases de imposiciones:
- Tributos: Eran una imposición de la nación dominante (del griego télos, "derecho de aduana", o "impuesto"), que se cobraba sobre las posesiones o los bienes.
- Impuestos: los necesarios para el sostenimiento del templo -sin relación con los diezmos-, eran cobrados por personas diferentes de los publicanos; su cobro era voluntario pero pagarlos demostraba lealtad hacia la fe judía. Las dos dracmas se convertían al valor del siclo del templo, dando buenas ganancias a los deshonestos recaudadores.
Lo que ordenó el Señor a Pedro a continuación, es un modelo de como debemos relacionarnos con las injustas exigencias de la autoridad. Podría haberse negado a pagar con todo derecho, pero prefirió no entrar en controversias. No obstante, por medio de un sencillo milagro, dejó en claro que no renunciaba por ello a su propia autoridad.
A veces, como cristianos, somos tratados injustamente y nos toca pagar costos indebidos. Asumir esos compromisos no significa renunciar a nuestra dignidad, sino simplemente cumplir el evangelio, que demanda que estemos dispuestos a renunciar a lo que nos corresponde a fin de cumplir con el gran principio del amor.
Jesús dijo: “Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos” Mateo 5:38-41
Pablo recogió ese principio al instruir a los corintios acerca de los conflictos entre hermanos: “Para avergonzaros lo digo. ¿Pues qué, no hay entre vosotros sabio, ni aun uno, que pueda juzgar entre sus hermanos, sino que el hermano con el hermano pleitea en juicio, y esto ante los incrédulos? Así que, por cierto es ya una falta en vosotros que tengáis pleitos entre vosotros mismos. ¿Por qué no sufrís más bien el agravio? ¿Por qué no sufrís más bien el ser defraudados?” 1º Corintios 6:5-7
El orgullo humano se resiste a estos mandatos bíblicos (pues no son consejos, sino órdenes), pero Dios demanda de sus hijos una conducta regida por principios superiores.
Este principio de perder para ganar, que forma parte de las muchas “contradicciones” del evangelio, es nada menos que el espíritu que reina en el cielo. Si queremos estar allí, debemos aprender a vivir conforme a él.
¿Debes pagar algo injusto?
Que no te pese; después de todo nos esperan riquezas eternas, ante las cuales lo terrenal resulta en anémica comparación.
Ama al prójimo cumpliendo la ley. Cumple la ley amando al prójimo.