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«Parábola del sembrador»



“Mas la que cayó en buena tierra, éstos son los que con corazón bueno y recto retienen la palabra oída, y dan fruto con perseverancia”, Luc. 8:15

Como hijos de Dios, debemos tener grandes metas en la vida, pero debemos escudriñar la Palabra de Dios para aprender de Jesucristo a manejar las diferentes situaciones de la vida. Veamos la parábola del sembrador (Luc. 8:5 – 15):
1- El sembrador: dice que salió a sembrar su semilla. En aquellos días no había maquinaria, se utilizaba el método sencillo de ir lanzando la semilla. Nuestra asignación primaria como creyentes es conocer a Cristo y caminar con Él en obediencia. Después, debemos sembrar la semilla; debemos hacer conocer a Jesucristo y mostrar el mensaje del evangelio.
2- La semilla: es la misma en toda esta historia, nunca cambia. El v. 11 la identifica como la Palabra de Dios.
3- Las cuatro clases de tierra: donde cayó la semilla.
a) La que es dura: totalmente improductiva (v. 5); tiene que ver con todos aquellos que han escuchado muchas verdades a lo largo de los años, pero no responden, su corazón está endurecido. Saben que tienen que cambiar, pero no lo hacen. Se quedan en el costumbrismo.
b) La que no tiene raíces: (v. 6), el oír solamente la Palabra de Dios y aceptar que esa es la verdad no significa que una persona sea nacida de nuevo, porque no tiene raíces; además, no existe fruto y si no existe fruto no existe tampoco vida. Algunos solamente asisten a una iglesia, pero no hay un crecimiento espiritual en ellos.
c) La que cayó entre espinas: (v. 7), algunos van de iglesia en iglesia, se cambian constantemente de congregación, escuchan las verdades de Dios pero dejan que los afanes, ansiedades, riquezas y placeres le impiden dar buen fruto o encuentran más deleite en las cosas que en cumplir el propósito de Dios en sus vidas.
d) Los que causan gozo: (v. 8), hay quienes les gusta sembrar la semilla, les gusta que la Palabra de Dios entre a su vida y saque de su interior lo que no deba estar ahí.
Jesucristo tuvo la oportunidad de convertirse en alguien que nunca cese de alcanzar logros o éxitos, pero no lo hizo. No se sintió adictos a los logros. Pudo haberse convertido en el predicador más popular en todo el imperio romano, pudo haberse construido el templo más grande y haber hecho de él la base de su ministerio. Podía haber manipulado a la gente, pero no lo hizo porque no era adicto a los logros. Su meta era la calidad de la vida y no la cantidad de creyentes. El favor de Dios está en la fidelidad y no en la cantidad.



¿Estamos dando la importancia debida a nuestra relación con Dios?

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