“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga”, Mat. 11:28 – 30
La vida cristiana no es una vida fácil; a veces parece que a cada paso encontramos una prueba, persecución o tentación. En ocasiones, las cargas que enfrentamos pueden ser tan abrumadoras que nos sentimos que no podemos ni dar un paso más.
Todos llevamos cargas de una clase o de otra; no hay nadie en esta vida sin que lleve algún tipo de carga. Algunas ocasiones esas cargas son las que nosotros mismos nos conseguimos; en otras, son simplemente la obra del enemigo, y algunas más son las que Dios nos impone. La pregunta es: ¿Cómo resolvemos las cargas que llevamos en la vida?
En los tres versículos anteriores encontramos la respuesta que el Señor nos da a esa pregunta. Todos nos hemos acercado al Señor y le hemos dicho: “Señor, ya no puedo cargar con esto, voy a dejártelo, a levantarme y alejarme”; pero enseguida, cuando alguien nos pregunta: ¿Cómo estás?, le contestamos: las cosas andan mal, y procedemos a describir lo mal que andan las cosas, la carga que estamos llevando y cómo estamos sufriendo, y nos sentimos agobiados.
Lo que en realidad sucedió es que NO dejamos nuestra carga con Dios; lo que hicimos fue DECÍRSELO, pero no la dejamos con Él. Le explicamos todos los detalles y le dijimos por qué ya no queríamos tener la carga, PERO no la dejamos ahí. La pregunta es entonces: ¿Cómo la dejamos con Él? ¿Cómo depositamos una carga ante Él?
Cuando Jesús dijo en el v. 28 “venid a mí…”, Él estaba hablando de los que se sentían cargados, y lo que en realidad está diciendo en este pasaje es: “Cualquiera que sea tu carga, si vienes a mí, yo te enseñaré a resolverla”.
Jesús no tuvo la intención de que la vida cristiana fuera difícil. La gente gasta mucho dinero yendo a ver al psicólogo que les dice que hagan toda clase de cosas; pero la solución es sencilla: debemos hacer un hábito e ir a Dios a contarle todo y ahí mismo dejarle TODO lo que le hayamos contado, no lo volvamos a levantar ni a cargar, dejémoslo ahí y escuchemos la voz de Dios dándonos las estrategias o respuestas que necesitamos para resolver nuestras necesidades.
La vida cristiana no es una vida fácil; a veces parece que a cada paso encontramos una prueba, persecución o tentación. En ocasiones, las cargas que enfrentamos pueden ser tan abrumadoras que nos sentimos que no podemos ni dar un paso más.
Todos llevamos cargas de una clase o de otra; no hay nadie en esta vida sin que lleve algún tipo de carga. Algunas ocasiones esas cargas son las que nosotros mismos nos conseguimos; en otras, son simplemente la obra del enemigo, y algunas más son las que Dios nos impone. La pregunta es: ¿Cómo resolvemos las cargas que llevamos en la vida?
En los tres versículos anteriores encontramos la respuesta que el Señor nos da a esa pregunta. Todos nos hemos acercado al Señor y le hemos dicho: “Señor, ya no puedo cargar con esto, voy a dejártelo, a levantarme y alejarme”; pero enseguida, cuando alguien nos pregunta: ¿Cómo estás?, le contestamos: las cosas andan mal, y procedemos a describir lo mal que andan las cosas, la carga que estamos llevando y cómo estamos sufriendo, y nos sentimos agobiados.
Lo que en realidad sucedió es que NO dejamos nuestra carga con Dios; lo que hicimos fue DECÍRSELO, pero no la dejamos con Él. Le explicamos todos los detalles y le dijimos por qué ya no queríamos tener la carga, PERO no la dejamos ahí. La pregunta es entonces: ¿Cómo la dejamos con Él? ¿Cómo depositamos una carga ante Él?
Cuando Jesús dijo en el v. 28 “venid a mí…”, Él estaba hablando de los que se sentían cargados, y lo que en realidad está diciendo en este pasaje es: “Cualquiera que sea tu carga, si vienes a mí, yo te enseñaré a resolverla”.
Jesús no tuvo la intención de que la vida cristiana fuera difícil. La gente gasta mucho dinero yendo a ver al psicólogo que les dice que hagan toda clase de cosas; pero la solución es sencilla: debemos hacer un hábito e ir a Dios a contarle todo y ahí mismo dejarle TODO lo que le hayamos contado, no lo volvamos a levantar ni a cargar, dejémoslo ahí y escuchemos la voz de Dios dándonos las estrategias o respuestas que necesitamos para resolver nuestras necesidades.