“…pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra”, Hech. 1:8
El versículo anterior no habla de autoridad, sino de poder. El bautismo en el Espíritu Santo te da PODER para hablar de Jesucristo en todo tiempo y en todo lugar. El secreto para la autoridad está en el conocimiento y en el sometimiento. Nadie puede tener autoridad si no se ha sometido, sin importar cuánto poder crea que tiene (ver Mat. 8:8). El centurión estaba entrenado en el ejército romano donde sólo se les daba mayor cargo si demostraban sumisión.
Uno de los mayores problemas de los cristianos es la REBELIÓN, la falta de sometimiento. El centurión era hombre bajo autoridad, ordenaba y tenía autoridad porque al mismo tiempo se SOMETÍA.
Dios ha entregado toda autoridad a la iglesia. Si no hemos sometido las fuerzas del enemigo es por las raíces de rebeldía en nosotros (ver Luc. 10:19). El mismo Señor Jesucristo nos puso el ejemplo; en Fil. 2:5 – 11 dice: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.
Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre”. Primero la HUMILLACIÓN, luego la AUTORIDAD.
Santiago dice (4:6 y 7): “Pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes. Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros”. Si hay soberbia, Dios me resiste… ¿se imaginan un soberbio con autoridad? Dios no se la da.
Generalmente tenemos la tendencia a creer que para someternos debe aparecer el hombre fuerte, el que grita para imponerse. Cuando yo tengo que gritar, NO hay autoridad. La autoridad no está en el tono de voz. Antes se creía que el grito daba autoridad y se oraba por los enfermos o los endemoniados gritando hasta lastimarles el tímpano.
Jesucristo era tan natural que cuando venía la tormenta, solamente le decía: “Calla, enmudece”, ¿Por qué? Porque Él estaba bajo sometimiento de su Padre y Dios le daba esa autoridad. ¡A esa autoridad Dios quiere llevarnos!
Continuará…
El versículo anterior no habla de autoridad, sino de poder. El bautismo en el Espíritu Santo te da PODER para hablar de Jesucristo en todo tiempo y en todo lugar. El secreto para la autoridad está en el conocimiento y en el sometimiento. Nadie puede tener autoridad si no se ha sometido, sin importar cuánto poder crea que tiene (ver Mat. 8:8). El centurión estaba entrenado en el ejército romano donde sólo se les daba mayor cargo si demostraban sumisión.
Uno de los mayores problemas de los cristianos es la REBELIÓN, la falta de sometimiento. El centurión era hombre bajo autoridad, ordenaba y tenía autoridad porque al mismo tiempo se SOMETÍA.
Dios ha entregado toda autoridad a la iglesia. Si no hemos sometido las fuerzas del enemigo es por las raíces de rebeldía en nosotros (ver Luc. 10:19). El mismo Señor Jesucristo nos puso el ejemplo; en Fil. 2:5 – 11 dice: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.
Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre”. Primero la HUMILLACIÓN, luego la AUTORIDAD.
Santiago dice (4:6 y 7): “Pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes. Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros”. Si hay soberbia, Dios me resiste… ¿se imaginan un soberbio con autoridad? Dios no se la da.
Generalmente tenemos la tendencia a creer que para someternos debe aparecer el hombre fuerte, el que grita para imponerse. Cuando yo tengo que gritar, NO hay autoridad. La autoridad no está en el tono de voz. Antes se creía que el grito daba autoridad y se oraba por los enfermos o los endemoniados gritando hasta lastimarles el tímpano.
Jesucristo era tan natural que cuando venía la tormenta, solamente le decía: “Calla, enmudece”, ¿Por qué? Porque Él estaba bajo sometimiento de su Padre y Dios le daba esa autoridad. ¡A esa autoridad Dios quiere llevarnos!
Continuará…