“Él sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas”, Sal. 147:3
Todos hemos pasado por situaciones dolorosas, pero quizás no todos hemos experimentado el amor de aquél que “sana a los quebrantados de corazón”. Cuando sufrimos, el dolor nos ciega de tal manera que nos encerramos en nosotros mismos olvidando primero, que hay un propósito en todo; pero, además, muchas veces el sufrimiento nos lleva a una terrible soledad.
Hubo una mujer en la Biblia que pasó por circunstancias difíciles, pero supo cómo enfrentar la soledad. Lucas 2:22 – 38 nos habla de Ana, una viuda. Cuando José y María llevan a su primogénito al templo para presentarlo a Dios, ahí encuentran a Ana. Algunos historiadores dicen que esta mujer había sido viuda por unos 60 años. Lucas dice que Ana “no se apartaba del templo sirviendo de noche y de día con ayunos y oraciones”.
Cuando llegaron José y María con el niño Jesús llegó también el momento cumbre en la vida de Ana: la respuesta a las oraciones de muchos años. La mujer que no tenía ninguna oportunidad en la vida a causa de sus circunstancias como viuda y anciana, viene a ser la mujer más privilegiada del mundo: le es permitido ver al Hijo de Dios y adorarle. Podemos aprender de Ana la siguiente lección:
Ana nos enseña cómo enfrentarnos al corazón quebrantado: una de las experiencias más dolorosas de la vida es perder al cónyuge; pero más importante que la intensidad de la crisis es la actitud mental con que la enfrentamos. Cuando un evento así es enfrentado con el valor y la esperanza que sólo provee nuestro Padre celestial, se obtiene la victoria sobre los problemas de la vida, como la soledad, la autocompasión, el temor, la depresión, el sufrimiento y la pena. Es en ese momento cuando debemos aprender a quitar la atención de nosotros mismos y a reconocer que Dios es nuestro refugio y nuestra ayuda en la tribulación. Ana se refugió en Dios, no se escondió en la autocompasión ni se convirtió en la persona a quien todos compadecen pero nadie sabe cómo ayudar. Ana no se refugió en el pasado ni dependió de sus recuerdos como fuente de felicidad; se decidió a afrontar el presente y el futuro con Dios. Pasó de ser una lastimada que requiere consuelo, a una consoladora (2ª Cor. 1:4 y 5). Aprendemos de Ana:
- Debemos desarrollar una relación personal con Jesucristo: a través de la Palabra de Dios y la oración
- Guardarnos de la auto lástima: esto no solucionará el problema, sino que lo agravará, ya que nos debilita y hace que los demás nos eviten precisamente cuando más necesitamos compañía
- En lugar de llenarnos de amargura, encontremos el propósito en todo: Dios SIEMPRE sabe lo que hace y Él tiene el control de todo
- Debemos involucrarnos más en la obra de Dios: Él se especializa en vasos quebrados y en sacar belleza de las cenizas, en traer paz del dolor
- No perdamos la esperanza: refugiémonos en la oración y hagamos los cambios que sean necesarios para seguir con nuestra vida