Todo tiene su tiempo, tiempo de llorar, y tiempo de reír; tiempo de lamentarse, y tiempo de bailar; tiempo de lanzar piedras, y tiempo de recoger piedras; tiempo de abrazar, y tiempo de rechazar el abrazo; tiempo de buscar, y tiempo de dar por perdido; tiempo de guardar, y tiempo de desechar; tiempo de rasgar, y tiempo de coser; tiempo de callar, y tiempo de hablar; tiempo de amar, y tiempo de odiar; tiempo de guerra, y tiempo de paz”.
¿Que la mayoría de las mujeres somos susceptibles? Si.
¿Que las mujeres somos lloronas? También. ¿Qué somos llenas de vericuetos y angustias? es verdad. A ratos somos un poco dramáticas y exageradas, a lo mejor.
Sin embargo es esa condición lo que nos hace diferentes al pragmatismo de género masculino. No es fácil para nosotras las mujeres aguantar un dolor profundo, la boca tiembla, los ojos se ponen vidriosos, se quebranta la voz y el nudo aquel de la garganta duele… No es fácil contenerlo… y todo eso es generado por un motivo.
Dios conoce mi corazón, conoce mis lágrimas, conoce mi pasado y mi presente y sabe mis temores. Si tiene contado cada unos de mis cabellos pues sabe el número de lágrimas derramadas con o sin razón. Pero eso no nos justifica ser porcelanas que al mayor golpe se rompan. Una cosa es ser susceptible y otra muy diferente es ser cobarde.
Ahora bien ¿Que ganas con llorar y no hacer nada?
ese es el punto en que no se debe caer. Eso es llorando y solucionando, cogiendo las riendas de lo que me produce esa angustia, orar, pedir sabiduría y suplicar un corazón plenamente confiando en Cristo.
En la vida se presentan situaciones inesperadas que deslumbran o desconciertan. Confiar en el hombre no es fácil. La confianza no es fácil cuando en tu corazón tienes guardado el pasado y no lo has dejado ir. Confiar en quienes te han hecho daño aún amándote es muy difícil pero Dios te impulsa a hacerlo porque ya no es en tus fuerzas sino en las suyas. Cada momento de aflicción es una oportunidad más para crecer, para demostrarle a Dios que confiamos antes que en el hombre en él.
Mujeres como yo, sentirse mal por un momento es muy normal, el corazón nuestro es muy consentido y le gusta el buen trato, tanto que el menor brinco inesperado nos sentimos vulnerables, y salen a flote basuras que no se han limpiado. Sin embargo en ocasiones, las cosas pasan porque Dios busca fortalecer las debilidades que nos hacen esclavas.
Sentirse afligida por momentos no es malo, llorar ayuda a limpiar el alma, a reflexionar y a sentirse más cerca de Dios allí Dios se manifiesta más fácil en ese momento pleno de emotividad… y siempre habla, siempre de alguna manera no te abandona, te manda a quién menos imaginas para decirte que él está allí, que para los que aman a Dios todo les sale bien y tenemos un final feliz.
Las cosas viejas pasaron, confiemos en Dios y con prudencia y sabiduría démosle la oportunidad a otros de demostrar que como nosotros también Dios, les ha cambiado. Aunque no es fácil debemos arriesgarnos a creer una vez más, pero esta vez con el respaldo de Dios.
¿Que la mayoría de las mujeres somos susceptibles? Si.
¿Que las mujeres somos lloronas? También. ¿Qué somos llenas de vericuetos y angustias? es verdad. A ratos somos un poco dramáticas y exageradas, a lo mejor.
Sin embargo es esa condición lo que nos hace diferentes al pragmatismo de género masculino. No es fácil para nosotras las mujeres aguantar un dolor profundo, la boca tiembla, los ojos se ponen vidriosos, se quebranta la voz y el nudo aquel de la garganta duele… No es fácil contenerlo… y todo eso es generado por un motivo.
Dios conoce mi corazón, conoce mis lágrimas, conoce mi pasado y mi presente y sabe mis temores. Si tiene contado cada unos de mis cabellos pues sabe el número de lágrimas derramadas con o sin razón. Pero eso no nos justifica ser porcelanas que al mayor golpe se rompan. Una cosa es ser susceptible y otra muy diferente es ser cobarde.
Ahora bien ¿Que ganas con llorar y no hacer nada?
ese es el punto en que no se debe caer. Eso es llorando y solucionando, cogiendo las riendas de lo que me produce esa angustia, orar, pedir sabiduría y suplicar un corazón plenamente confiando en Cristo.
En la vida se presentan situaciones inesperadas que deslumbran o desconciertan. Confiar en el hombre no es fácil. La confianza no es fácil cuando en tu corazón tienes guardado el pasado y no lo has dejado ir. Confiar en quienes te han hecho daño aún amándote es muy difícil pero Dios te impulsa a hacerlo porque ya no es en tus fuerzas sino en las suyas. Cada momento de aflicción es una oportunidad más para crecer, para demostrarle a Dios que confiamos antes que en el hombre en él.
Mujeres como yo, sentirse mal por un momento es muy normal, el corazón nuestro es muy consentido y le gusta el buen trato, tanto que el menor brinco inesperado nos sentimos vulnerables, y salen a flote basuras que no se han limpiado. Sin embargo en ocasiones, las cosas pasan porque Dios busca fortalecer las debilidades que nos hacen esclavas.
Sentirse afligida por momentos no es malo, llorar ayuda a limpiar el alma, a reflexionar y a sentirse más cerca de Dios allí Dios se manifiesta más fácil en ese momento pleno de emotividad… y siempre habla, siempre de alguna manera no te abandona, te manda a quién menos imaginas para decirte que él está allí, que para los que aman a Dios todo les sale bien y tenemos un final feliz.
Las cosas viejas pasaron, confiemos en Dios y con prudencia y sabiduría démosle la oportunidad a otros de demostrar que como nosotros también Dios, les ha cambiado. Aunque no es fácil debemos arriesgarnos a creer una vez más, pero esta vez con el respaldo de Dios.